El concepto de belleza, tanto femenina como masculina, ha evolucionado mucho en el tiempo. Los cánones varían constantemente. De hecho, no nos hace falta retroceder muchos años para ver cambios evidentes. Podemos decir que la belleza es muy relativa, por ello la medicina estética trabaja para mejorar la percepción física de cada persona. Contribuyendo a mejorar la autoestima y el bienestar personal de cada individuo. De todas formas, nos ha parecido interesante hacer un repaso por las diferentes épocas, analizando que se consideraba bello en cada una de ellas.
Vamos a establecer el punto de partida en la antigua civilización egipcia, cuando la belleza se entendía como un cuerpo proporcionado. Llama la atención, que en el aquel entonces establecieron el puño como unidad de medida. La altura perfecta eran 18 puños. Pero, no así, sin más. La distribución de los puños estaba regulada: 2 para la cara, 10 desde el cuello hasta las rodillas y los 6 restantes para la parte inferior de las piernas. En cuanto a las féminas, la belleza egipcia estipulaba que debían ser delgadas, aunque de caderas anchas, y pechos pequeños y turgentes.
Saltamos hasta Grecia, donde la belleza se relacionó con cálculos matemáticos. Una vez más, se buscaban cuerpos proporcionados, en base a la simetría. Además, el cuerpo de una persona hermosa debía medir siete u ocho veces el tamaño de su cabeza. Tenemos un fiel reflejo de los que los griegos de la antigüedad consideraban perfecto, sólo tenemos que fijarnos en sus esculturas. Reflejan mujeres sin demasiada sensualidad, con ojos grandes, nariz afilada, rostro triangular y pelo ondulado. Los pechos eran más bien pequeños y turgentes.
Los romanos, por su parte, adquirieron estos cánones. Si nos fijamos en las estatuas italianas de la época son del mismo corte que las griegas. Además, en ambos casos, la belleza masculina estaba relacionada con los atletas con cuerpos tersos, musculados y torneados.
Curiosamente, los cánones de belleza en la Edad Media se vieron modificados por las invasiones de los bárbaros. Una cuestión que puso de manifiesto la belleza nórdica. De este modo, la piel blanca era una de las cualidades básicas de una persona hermosa. Las mujeres debían tener melenas rubias, aunque las llevaban recogidas, rostro ovalado y cuerpo menudo. Caderas y pechos pequeños. La masculinidad se representaba a la perfección en los guerreros, de pelo largo y armaduras con cuerpos musculados, preparados para la lucha.
Durante el renacimiento se recuperó el concepto de proporciones armoniosas en el cuerpo. El mejor ejemplo de ello es el David de Miguel Ángel, arquetipo que sigue vigente hasta nuestros días. Leonardo da Vinci también contribuyó, con su hombre de Vitruvio, a la armonía corporal masculina.
En el Barroco, las mujeres se volvieron más rollizas, con pechos más prominentes. Hay que tener en cuenta que los ropajes de aquel entonces eran voluminosos y suntuosos para ambos sexos. Con la llegada del Siglo XX, los cambios en el canon femenino han sido incesantes, lo que no ocurrió en el caso masculino, que permanece inalterable desde la época del renacimiento. De década en década, la belleza de las féminas se representaba como una mujer delgada y sin curvas con periodos donde los pechos y las caderas generosas eran el centro de todas las miradas.
En Clínica Imema sabemos, de primera mano, que el aumento de pechos es una de las intervenciones más demandadas en la actualidad. La belleza femenina se relaciona con cuerpos delgados, pero con curvas. Las caderas y los pechos voluminosos son tendencia.